Primera conjetura: sentado en una mesa de
madera y en posición poco solemne, Dios (algún dios) se divierte en una
partida de ajedrez interminable. Del otro lado del tablero, un arlequín
cumple el papel de diablo: se disfraza de todas las representaciones
humanas y sonríe pensativo como quien solo puede divertirse planeando el
mal. Las piezas son un rebaño, la representación de todos los seres
vivos que han habitado esta tierra a lo largo de los tiempos.
Periódicamente (nadie podría medir el tiempo), intercambian la silla y
continúan con el juego sin reparar en sus alrededores. No se sabe si los
seres humanos están arriba o abajo.
Segunda conjetura: una remera blanca,
bastante sucia estampada con la cara de Jesús, radiante y solo, cruza el
conurbano en un colectivo iluminado. Imágenes de ángeles, agujeros,
mangas percudidas: la obra de un artesano de la tela, de un programador
de los harapos.
Tercera conjetura: hablar como un niño
sincero, inocente y brutal. Unir cada acontecimiento o historia con una
“y” coordinante, vaga. El juego –siempre- es una acción de vida o muerte
más allá de lo que digan los adultos. Una cuerda que se tensa para
cortar la cabeza de la imaginación. En la infancia, los días no son
“todos iguales”. Entre estas posibilidades, estas historias -a veces
reales, a veces imaginarias- y tantas otras que todavía nadie se atrevió
a contar, se inscribe Manifestación de todo lo visible, la primera novela de Rodrigo Arreyes (Editorial Simulcoop, 2012).
Un primer acercamiento al texto nos obliga a
pensar en la metáfora del viaje (la imposibilidad mimética de narrarlo
en tiempo real), el recorrido de los personajes por diferentes planos,
la alteridad de la lengua (portugués y español). Sesgo autobiográfico,
la historia se desarrolla (¿se desarrolla?) entre el oeste/noroeste del
conurbano bonaerense y las calles de una ciudad de San Pablo
catastrófica y vacía. Al respecto, al consultarle por las recurrencias
de los espacios seleccionados, el autor sugirió que “San Pablo y
Villa Bosch se parecen mucho. En San Pablo entran como cuarenta Buenos
Aires por lo cual está lleno de barrios internos, periféricos, así como
Bosch.” En ese ir y venir -para nada lineal y bastante desordenado- se posibilita la reconstrucción biográfica.
La amistad, el amor no correspondido, los
vínculos triangulares, los cambios de pareja, el ocio de los
trabajadores, la magia y la religión. El narrador de Manifestación de todo lo visible,
homónimo y alterego del autor, es un ensamblador del pasado. Desde
Brasil, a media res entre los planes de un postgrado macumbero en la
casa “de los parientes” y la necesidad de evadirse de una
Buenos Aires donde el futuro se vislumbra poco nítido, Rodrigo cuenta su
historia -la de los barrios- a través de un montaje de anécdotas donde
solo se repiten los personajes, a veces tratados con mayor familiaridad,
a veces con desasosiego. En este sistema, la causalidad cede ante la
inminencia del azar: aquel status sobrenatural que guía el destino de
los seres vivos.
En Manifestación hablan la calle, el
ocio y la muerte pero no desde un imaginario populista folclórico.
Lejos de reivindicar su origen-infancia-juventud, el narrador y
protagonista (que lo es poco en la mayoría de las anécdotas) se define
en esa distancia que lo sitúa como observador, como aquel que puede
señalar-descubrir los mecanismos invisibles y las leyes que rigen los
devenires del mundo y restringen a los hombres. “Dios está oculto en lo que existe; el diablo es entonces la resistencia contra su irrealidad para manifestarse.” La
experiencia es metafísica. Poco importan las coyunturas de la vida y
las decisiones particulares frente a ese panorama que asoma desde atrás
de los huecos. Manifestación es la historia de esa pregunta, de
la arbitrariedad que organiza las anécdotas. Ya no hay paraíso perdido,
ni resistencia. Tampoco hogar a donde volver. Sí hay posibilidad de
seguir contando, de adorar, de dar lugar a la mutación permanente.
Arreyes construye la voz del texto como un
andar callejero opaco y desapasionado, como un trajinar con fierros, el
ensamble autopartista de la frase (alternativa del refrán, refugio
lingüístico): una gramática poco ortodoxa, deformada, minuciosa. Matriz
poética, medición de la densidad de cada significante, la palabra fluye
en sus cortes, en la comparación inesperada, en los carraspeos. Un
narrador que se define maestro y exhibe su falta de erudición, que no
necesita explicitar intertextualidades literarias para poder decir, ni
teme sonar confuso a fines de no perjudicar la respiración del texto,
que incluso se expresa como un niño-adolescente ante un mundo poco
comprensible. ¿En todo caso, se puede hablar de la vida sin perplejidad?
Y en este recorrido, en este nihilismo religioso que salpica la mirada, Manifestación de todo lo visible
sigue siendo la primera obra orgánica publicada por Rodrigo Arreyes. La
primera experiencia en papel tras años de experiencia en blogs (Fideos
con manteca, fundamentalmente), antologías y otros soportes digitales.
Allí sobreviven otras huellas, la evidencia incipiente, lo inevitable de
un sólido vaticinio poético.
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